Supongo que en algún momento de vuestras vidas os habrá pasado, que todo os cuesta muchísimo, que no tenéis ganas de nada, que todo se os hace un mundo, etc. etc. Yo estoy pasando por ese momento, aunque no exactamente por culpa de una astenia primaveral, ni porque esté baja de vitaminas, hierro o cualquier otra historia. Estoy así, porque últimamente si suena mi teléfono es para malas noticias, si llaman a la puerta, es alguna carta certificada que tampoco trae nada bueno, de trabajo ya ni hablemos, porque ya no tengo ni entrevistas, mi hija mayor y su marido siguen sin trabajo (y sin prestación de desempleo), y todo de ese estilo.
Llevaba tiempo, y cuando digo tiempo es más de cuatro años, con una extraña sensación, bastante desagradable. Tenía dentro como un presentimiento de que estaba viviendo el final de una época, para entendernos, como la caída del imperio romano, pero en particular. A la gente que estaba a mi alrededor se lo decía, que no estaba tranquila, que todo me sobresaltaba, que me daba la impresión de estar viviendo como una etapa de calma chicha que precede a la tempestad. Aparentemente todo estaba igual, es más, me sentía una agorera y una histérica. Cuando llegó el punto que no podía ni abrir el buzón de las cartas, porque se me ponía un nudo en la garganta, el corazón se me salía por la boca, y la ansiedad me dejaba sin respiración, decidí ir al médico.
Empezaron a controlarme la tensión, y resulta que sin que sea hipertensa, había momentos que me subía a 190, lo cual es una barbaridad, para que me de un pampiruleque mayor y me quede tontita en silla de ruedas. Me mandaron a lo que la seguridad social llama "salud mental", que sólo el nombrecito, ya pone los pelos de punta. Fui a salud mental, y tengo que decir que me trataron muy bien, pero que no me sirvió de nada. La psiquiatra me hizo una historia completísima, me diagnosticó depresión y ansiedad crónica, y me puso un tratamiento de pastillas muy completito. También me mandaron al psicólogo, que tengo que decir lo mismo: Un gran profesional, más implicado de lo que cabría esperar, pero que me citaba como mucho una vez al mes, porque supongo que tenía demasiados pacientes y el sistema no da para más.
Como trato humano, tengo que decir que me sorprendió lo agradables que eran, y quiero dejarlo claro. Recibí un trato excelente, pero no era lo que yo necesitaba. Posiblemente estén más acostumbrados a recibir pacientes con otro perfil. Lo digo con todo respeto, pero mientras esperaba, veía el tipo de gente que iba, y no nos parecíamos mucho; había amas de casa mayores con cara de empastilladas, jubilados vacilantes, jóvenes y no tan jóvenes, con aspecto de yonkis en permanente estado de "lo estoy dejando pero va a ser que no", y poco más. Yo notaba, que cuando me entrevistaban me miraban mucho y se sorprendían de la tranquilidad y coherencia de mis razonamientos (en algún momento me lo dijeron abiertamente).
Volviendo al diagnóstico, yo lo sabía, los síntomas eran claros, pero siempre he sido muy remisa a tomar pastillas. Me dan miedo. Me da miedo depender de algo o de alguien, y en este caso, no era distinto. Los antidepresivos, ni me los plantee. Me negué entrar en un paraíso artificial, mientras mis miedos (que eran reales), seguirían ahí, y además luego tendría que pasar por un periodo de desintoxicación. Vamos, que ni hablar. Mi depresión me la manejaría yo como pudiera y lloraría en el coche como había hecho siempre. Lo de la ansiedad, ya era otra cosa. Eso de tener todo el dia gatos en el estómago y la tensión disparándose a las alturas era mucho más incomodo, porque eso si que no te deja vivir, y como además y en principio, los ansiolíticos se supone que puedes manejarlos mejor, me hice amiga del Diazapam.
Ahora más de cuatro años después, mis peores predicciones se han materializado. No me han cogido de sorpresa, pero si muy deteriorada. Mis nervios están destrozados y ya ni el Diazapam. De hecho, he dejado de tomarlos, porque creo que ya no me hacen nada. Esa sensación que tenía de estar viviendo el final de una era, ahora se ha transformado en la sensación de estar viviendo un tiempo de descuento, los pocos días que quedan para caer por una pendiente sin fin.
Yo no era así, era alegre, positiva, muy activa, no había nada que se me pusiera por delante, podía con todo lo que me echaran. Siento decirlo, pero me siento una fracasada. Por otro lado, y visto como está el panorama general de gente que la dejan en la calle, el paro generalizado y la cantidad de personas que a mi alrededor están cayendo como moscas de cánceres repentinos, me avergüenzo, porque de momento puedo hacer frente a todos mis compromisos económicos (muy apretadita, pero cumplo), y la salud, quitando el tema nervios, ansiedad y depre que nos ocupa, pues (tocando madera), estoy bien.
Tengo ganas de volver a ser la de antes, tener ilusiones e intentar cumplirlas, salir y disfrutar de las salidas, poder comprarme una falda en Zara sin sentir remordimientos (porque para la vida que hago, con el fondo de armario me sobra), no estar todo el día dando vueltas a la cabeza y haciendo cuentas (para ser de letras, en mi vida he hecho más sumas y restas), ver a mis hijas felices y con trabajo, pero tengo la desagradable sensación de que ya nunca será nada igual.
Echo de menos esos años que no paraba. Mi trabajo me absorbía, me levantaba a las 6 de la mañana, cogía aviones, devoraba kilómetros, asistía a reuniones, siempre perfectamente maquillada, montada en mis tacones y con un impecable traje de ejecutiva, sabiéndome valorada y con unos ingresos regulares. Llegaba muerta a mi casa o al hotel de turno, pero era muy feliz.
Tengo ganas de volver a ser la de antes, tener ilusiones e intentar cumplirlas, salir y disfrutar de las salidas, poder comprarme una falda en Zara sin sentir remordimientos (porque para la vida que hago, con el fondo de armario me sobra), no estar todo el día dando vueltas a la cabeza y haciendo cuentas (para ser de letras, en mi vida he hecho más sumas y restas), ver a mis hijas felices y con trabajo, pero tengo la desagradable sensación de que ya nunca será nada igual.
Echo de menos esos años que no paraba. Mi trabajo me absorbía, me levantaba a las 6 de la mañana, cogía aviones, devoraba kilómetros, asistía a reuniones, siempre perfectamente maquillada, montada en mis tacones y con un impecable traje de ejecutiva, sabiéndome valorada y con unos ingresos regulares. Llegaba muerta a mi casa o al hotel de turno, pero era muy feliz.