26 feb 2013

EN VALENCIA TAMBIÉN SE HACEN BUENOS VINOS. NO HAY QUE PERDER DE VISTA LAS BODEGAS LOS PINOS

Hoy no es precisamente el mejor día de mi vida, pero el jueves pasado si que pasé una tarde muy agradable, y quiero dejar constancia de ello. En Valencia existe una estupenda tienda de vinos Bodegas Santander / Beals, en la calle Alzira, 15 (http://beals.es/index.php/es/contactar.html), donde puedes encontrar casi cualquier botella que te apetezca, pero lo mejor de todo son las personas que lo llevan. Al frente está Beatriz que es una gran profesional y que además nos cuida mucho a todos, convirtiendo a sus clientes en buenos amigos. Nos organiza un montón de actividades durante el año, entre las que se encuentran las "Catas de los Jueves". A mi personalmente, me resulta muy agradable terminar la semana laboral, participando en una cata de vinos. 



No soy ninguna experta, pero el vino forma parte de mi cultura, y me gusta. Me gusta conocer la historia del vino que me presentan, la bodega, si es familiar, como nació, como es el suelo, como lo cultivan, que tipo de uvas y porque, y sobre todo, la ilusión y las ganas de la persona que viene a hacer la cata, ya sea un comercial, el enólogo, o el propio bodeguero. tengo que estar agradecida, porque he catado vinos excelentes y he aprendido muchísimo. De hecho, cuando salgo a comer o cenar, ya sea con amigos o de trabajo, siempre me piden que elija el vino (me encanta estudiar las cartas de vinos. Dicen mucho de un restaurante), y creo que suelo acertar.



Pues bien, el pasado jueves, fui invitada a una cata de Bodegas Los Pinos www.bodegaslospinos.com. Esta bodega, pertenece a la D.O. Valencia, y está en Fontanars des Alforins. Me gustó mucho la presentación que hizo la representante de la bodega, MªJosé Ruz, que le puso pasión, y nos lo supo transmitir.



Catamos cuatro vinos:

* BROTE. Un blanco muy agradable de Verdil (en otras regiones podría ser el equivalente al verdejo) y Viogner, que es una variedad francesa. Tiene una fermentación en barrica de roble francés durante 4 meses, y recuerda un poco a los vinos con gewurztraminer.

* TINTO BARRICA LOS PINOS. Un coupage de Syrah, Merlot y Cabernet Franc, con un ligero recuerdo a violetas, equilibrado y con una graduación alcohólica alta (todos estos vinos la tienen), creo recordar 14,5º. Me gustó, es un vino que se toma con agrado.

* TINTO CRIANZA LOS PINOS. Otro coupage de Cabernet Sauvignon, Merlot y Monastrell que casi no se notaba el sabor tradicional a pimiento de la cabernet, si acaso un pequeño recuerdo a pimentón muy leve. 6 meses en depósito, y 12 en barrica de roble francés. A mi es el que me gustó más. Me pareció un vino redondo. Muy elegante y que cuando te quieres dar cuenta, ya te has acabado la botella, lo cual es una señal excelente. Yo lo tomé ayer domingo acompañando un Cous Cous, y fué todo un acierto. Lo recomiendo.

* LOS PINOS 100%. Es un vino muy peculiar. Maria José, no nos explicó hasta después de la cata la característica diferenciadora de este vino: Lleva Monastrell, Garnacha y Syrah, pero lo más importante, es lo que no lleva: Es un vino completamente natural. No le añaden sulfuroso, con sus levaduras autoctonas y lo más increíble  Sin madera. Gustó bastante a casi todos los asistentes, pero yo tengo que decir, que a mi me dejó un poco perpleja, y no me atrevo a definirme. Lo que si es cierto, es que es un vino perfecto para las personas con problemas alérgicos,  ya que no contiene sulfitos.



Respecto a los precios, muy asequibles, y estos vinos los podéis encontrar en Beals. Os lo recomiendo. Yo voy a repetir y cuando pueda visitaré la bodega. Vosotros también podéis hacerlo, entrad en la web (os he puesto el link más arriba), y concertad una visita guiada, seguro que pasaremos un buen rato.



Por cierto, antes he hablado de un Cous Cous, y aunque creo que es una receta muy conocida, otro día os contaré como lo preparo yo, absolutamente sin nada de grasa y la verdad es que me sale riquísimo.

Hoy me despido. Mañana más. Que seáis muy felices




20 feb 2013

HOY TOCA TERAPIA

¡Que importante es la amistad ! Tener amigos. No hablo de conocidos, o de gente con la que te relacionas más o menos por razones de trabajo, o convencionalismos sociales. No, hablo de verdaderos amigos, esos que en mayor o menor número (normalmente poquitos), sabes que están ahí; que si los llamas están, que si los necesitas están, que puede que no los veas muy a menudo, pero que cuando los ves, o sabes de ellos, sientes verdadera alegría, y que a ellos les sucede lo mismo. Por una parte, es un sentimiento egoísta  de posesión: "Es mi amigo/a", pero de otra, hay una gran entrega, porque te costaría mucho negarle algo, y mucho menos engañar a un amigo. Con el tiempo, he aprendido a valorar cada vez más dos cosas: La familia y los verdaderos amigos.

Hace años, por razones sociales, estaba rodeada de gente que decía quererme,  y que sin ser yo consciente, me hacían la pelota, o cuanto menos me ponían buena cara y se contaba conmigo para todo. De verdad que yo no me daba cuenta, era muy joven y creía que "to er mundo era güeno". ¡Menuda desbandada! De un día para otro, me quedé más sola que la una. Al principio, tampoco fui consciente de que nadie me llamaba, porque yo tenía la autoestima tan baja, que casi lo prefería y me escondía hasta de mi propia familia.



Afortunadamente, tenía mi trabajo; un trabajo muy absorbente, que me daba muchas satisfacciones, y en él me refugié. Por aquel tiempo y casi diría que chantajeada (pero sin el "casi"), vivía sola y me hartaba de llorar. No se como no me maté, porque hacía todos los trayectos en coche llorando, y cuando llegaba al parking de mi oficina, me limpiaba los mocos, y los recuperaba a la salida. Debía de ser muy buena actriz, porque nadie se enteró de nada en mi trabajo. Ayudó que mi cometido me obligaba a viajar todas las semanas, y aunque en las habitaciones de los hoteles también puedes llorar, cuando has hecho un montón de km., y has hablado con un montón de gente, o has dado un curso que te sabes de memoria a gente que le importa una mierda, estás tan cansada que te quedas frita. Llegaba al hotel (que ya me conocían porque siempre iba a los mismos), hacía el cheking, y nada más subir a la habitación pedía la cena. Tenía calculado el tiempo para ducharme, y al salir, abrir al camarero con la bandeja. Me metía en la cama a cenar (de ahí me viene la costumbre que mantengo hasta la actualidad), llamaba a mis hijas, y me quedaba dormida delante de cualquier programa insustancial de la tele.



Tuve que pedir ayuda profesional. Durante varios años fui al psicólogo una vez a la semana, simplemente a que me escuchara. Le estoy muy agradecida, porque me trataba como a una persona "normal" (se que suena raro, pero yo me sentía menos que una cucaracha), me ponía una caja de kleenex delante, y me dejaba hablar entre hipos durante 50 minutos. Salía con gafas de sol y hecha unos trapos, pero poco a poco fui recobrando el respeto por mi misma.



Fuera de mi trabajo, de mi psicólogo, y de una increible mujer sencilla y buena como no me he encontrado otra  y que siempre estuvo a mi lado con su apoyo incondicional (omito su nombre y la relación que aún nos une por su anonimato y el mio), no podía hablar con nadie (entre otras cosas, porque me ponía llorar). Hubo montones de fines de semana, que únicamente hablaba con el camarero para pedirle que me pusiera un gin tonic. ¡Patético!

Casi todos los fines de semana, mis hijas venían conmigo. Les hacía las comidas que les gustaban, o salíamos a cenar y hablábamos de cosas sin importancia, porque yo no podía transmitirles mi verdadero estado de animo. Luego, me he enterado que también para ellos, esa época fue un infierno. El causante: El mismo, al que deseo que sufra la misma infelicidad que nos hizo sufrir a nosotros.

Pero como no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante, poco a poco fui saliendo del pozo. Me reencontré con mis antiguas amigas (las de verdad, a las que dediqué una de mis primeras entradas), seguía teniendo un trabajo estupendo, y conocí gente (algunos incluso, en la actualidad se han convertido en amigos), que me apreciaban por mi, no por ninguna posición social. Comencé a ser YO. No era mujer de, ni señora de,  y era (es) estupendo. ¡SOY YO!



Por fin, un día, mis hijas volvieron a vivir conmigo. Había recobrado a mi familia, y sentí que también Mi Dignidad. Hoy se que puedo con todo, pero también pido al universo que no me envíe todo lo que puedo soportar. Ahora que le toque a otro.

Hoy me despido. Mañana más. Que seáis muy felices.

14 feb 2013

PATALETA

¡Que difícil es todo! La vida es una autentica carrera de obstáculos. Yo, llevo una temporada más que difícil  y llena de frentes abiertos. No hago más que intentar cerrar alguno, y se me abre otro nuevo. Con  todo, no debo quejarme, pero a veces, reivindico mi derecho a dejarme caer un ratito como cada hijo de vecino, porque hay días que no puedo más. Creo que en otra entrada decía de pasada, que a mi no me habían educado para ser la responsable de mi vida, y que se suponía que siempre habría un hombre cuidando de mi. ¡Hay que ver como ha cambiado el cuento a lo largo de mi vida! No solo he sido la única responsable de mi vida, sino que he tenido que responsabilizarme (y sigo haciéndolo) por entero de un montón de vidas más.

¿Y que me decís de ser madre? Ni me habléis de tópicos ni de lugares comunes, como que es la realización de la mujer, que los hijos son la sal de la vida, etc. etc. Vale, de acuerdo, eso es verdad y os lo dice una autentica "mamá gallina", pero es un trabajo a full time, que nadie te reconoce, donde no hay jubilación, ni te pagan pensión, y donde toda tu vida llevas a tus hijos cargados en tu mochila, y hay que ver como pesan cuando ya pasan de los 30. . . . .   Y vuelvo a decir que no me puedo quejar, porque tengo unos hijos estupendos, pero como yo también soy una madre estupenda, no consigo que se bajen de mi mochila. Je je je



¿Y de los hombres, parejas, maridos y adosados, que? Otro capitulo penoso en la vida de las mujeres, y no vamos a hablar de los malos, no, porque a esos por lo menos los ves venir y te apartas. No, yo hablo de los que se suponen buenos, de los que te dicen que te quieren, y que están ahí para apoyarte, bla, bla. bla. Otro camelo. Los hombres lastran, son como garrapatas, que no paran de hacerte chantaje emocional para que te ocupes de cubrir sus necesidades (y no hablo solo de las sexuales, que esas incluso se las suelen buscar fuera de casa), de higiene, alimentación, sociales, para criar a la prole, suplir a su querida y venerada madre  (tu suegra) y demás. 

Yo me casé una vez, y la verdad, la experiencia dejó mucho que desear, por lo que no se me ha ocurrido volver a hacerlo (en honor a la verdad, tengo que decir, que nadie me lo ha pedido, por lo que no he tenido oportunidad de decir que no a nadie), pero si que he tenido alguna relación más o menos seria y por supuesto algunas ocasionales (mira, estas son las mejores, no te obligas a nada, ni esperas nada más que se vayan pronto; a ser posible, antes de desayunar, o si estás en su casa, te vas zumbando en cuanto se ha terminado el folklore). ¡Lastima que no me gusten las mujeres!



¿Y los jefes? Vaya pandilla de ineptos. Que poquitos jefes he tenido en mi vida profesional que merecieran serlo y de los que haya aprendido algo. Estos si que son garrapatas. La mayoría de las veces no están capacitados para el puesto que desempeñan, y eres tu quien les salva el culo, quien les prepara las reuniones, quien da la cara, quien hace el trabajo sucio para que ellos se luzcan. Profesionalmente, yo he sido lo que suele llamarse "mando intermedio", con más capacidad, preparación y titulación que mis jefes. Me han pasado por delante compañeros a los que han promocionado a pesar de mis méritos, únicamente porque (voy a decir una grosería), porque les colgaba una birria entre las piernas. 



¡Uf!, que a gusto me estoy quedando. Se que estoy haciendo un discurso absolutamente feminista, pero también reivindico mi derecho a  dejar salir un ratito a la feminista que todas llevamos dentro. De todas maneras, no os doy mas la charla. Ya me he desahogado y ahora voy a arreglarme para  irme a cenar con dos amigas, que como yo valen mucho más que muchos hombres.

Hoy me despido. Mañana más. Que seáis muy felices (si os dejan).

10 feb 2013

LA CASA DE MIS VERANOS O MIS PRIMEROS AMORES (II)

Yo me fui haciendo mayor, y la casa se fue haciendo más vieja. Mi abuelo falleció muy joven, y la casa paso a pertenecer a mi padre y a mis tíos. Aparentemente, todo seguía igual, seguíamos yendo todos los veranos, se montaban las mismas broncas, y disfrutábamos lo mismo, pero hubo cambios. Al no haber un solo propietario, sino varios, nadie quería invertir un duro en el mantenimiento, y se hacía lo mínimo. También hubo una especie de división tácita de la casa. Cada familia se adjudicó unas habitaciones concretas, e incluso en la cocina, ya no se hacía comida para todos, sino que cada tata cocinaba siguiendo las instrucciones de su señora, pero fueron cambios menores, porque la vida que hacíamos, era la misma de siempre.

En este pueblo, los veranos y los veraneantes, también cambiaban poco de un año para otro. Cuando  llegabas, sabías que te ibas a encontrar con la misma gente, que se iban a hacer las mismas cosas, y que durante el invierno, aunque vivieras en la misma ciudad, no ibais a veros, pero eso formaba parte del encanto.

Había varias pandillas, que tenían poco o ningún contacto entre ellas. A pesar de que se pueblo era pequeño,  si pertenecías a una, estaba muy mal visto que te cambiaras. Yo creo que la mía era la mejor. Eramos los de siempre. Nuestros padres se conocían, porque ellos también habían ido siempre, y las familias eran las de siempre, y vivíamos en las casas de siempre. Eso me daba una libertad añadida de cara a mi madre, que se quedaba más tranquila si sabía que salia con el hijo de los Fulanez, y que tu amiga era la hija de los Menganez, como si ero fuera una garantía para que no pasara lo que desde luego pasaba: Que ligábamos entre nosotros como desesperados. 

Mi madre de todas maneras, si en algún momento salía con alguien nuevo, me sometía a unos interrogatorios, que ríete de la gestapo. Eran auténticos tercer grado: De que familia es, a que se dedica su padre, cuantos hermanos son, donde viven en Madrid, a que colegio va, que va a estudiar de mayor, o que está estudiando, si ya era universitario (en esto mi madre era una autentica obsesa para descubrir si era un "buen partido", si pertenecía a una familia "de las de siempre", o si eran unos "parvenues"), lo cual, a mi me importaba muy poco si el chico me gustaba, y además yo tenía un especial talento para enamorarme de absolutos desconocidos. Para que me dejara en paz, me inventaba genealogías estupendas que le contaba a mi madre, y así me dejaba salir tranquila con mi ligue del momento.



Pero volviendo a mis veranos, no puedo dejar de acordarme de que allí fueron mis primeras experiencias amorosas; las primeras "manitas", el primer beso, esos guateques en jardines oscuritos, con musica francesa (entonces era lo que se llevaba), Sacha Distel, Adamo, Silvie Vartan, Johnny Halliday, Charles Aznavour, Gilbert Becaud, y tantos con los que bailábamos "haciendo caritas".



Tenía que estar en casa antes de las 10, y como me daba miedo ir sola, siempre me acompañaba mi ligue de ese verano. Mi casa quedaba lejos, y ese camino lo disfrutábamos mucho, porque era el único momento que estábamos solos. A lo más que llegábamos era a cogernos de la mano, y yo no me atrevía ni a rascarme para que no me soltara. Eramos de una inocencia enorme.

Todos los viernes por a noche, se hacía una verbena en el pueblo, tocaba la banda municipal, y  bajábamos todos, veraneantes y autóctonos. Se llamaba la Chundarata, y expresa muy bien lo que era, un chunda, chunda, pero me encantaba ir. Siempre, la última "pieza" que tocaban, era una jota castellana que se llama "La respingona", y que se baila de dos en dos, pero en rueda, quiero decir que no estas parado en un sitio, sino que vas dando vueltas alrededor del templete de la música. Acabo de entrar en wikipedia, y me he emocionado escuchándola, y eso que sólo era la música, sin la letra, que nosotros la cantábamos a voces mientras bailábamos.



A mis padres no les gustaba nada dejarme salir por la noche, y yo tenía que ingeniármelas para ir a la chundarata. Casi siempre recurría a las chicas que trabajaban en casa, para que hablaran con mi madre y se hicieran responsables de mi, aunque cuando llegábamos a la verbena nos separábamos y quedábamos en algún sitio para volver juntas. A cambio, yo les cubría a ellas otras veces.

Pues en este ambiente, tuve mi primer beso. Yo tenía 13 años, y como era muy mala estudiante, mi padre me matriculaba en una especie de academia de verano, donde por las mañanas nos repasaban las asignaturas suspendidas para poder aprobar en septiembre. Ese año, había un chico en la academia que era nuevo. Era la primera vez que venía a veranear allí (también fue la última). Se llamaba Kiko, y "era mayor". Tenía 17 años, era muy pijito, y "con experiencia". Me da risa recordar como me impactó. Era nuevo, atractivo, mayor, y como no conocía a nadie, era mio. Luego me di cuenta, que me utilizó para que le diera entrada en mi pandilla, y eso me dolió mucho, pero la verdad, es que se lo curró. Una tarde me invitó al cine (eso era muy raro, porque allí cada uno se pagaba lo suyo, pero supongo que quería impresionarme), a ver La Gran Evasión, con Steve Mcqueen (que pasada de actor y de hombre, que pena que murió tan joven, aunque así siempre será joven en mi memoria), y estuvimos toda la peli haciendo manitas.



Una tarde, por fin me decidí a llevarlo a un guateque, y fue muy bien recibido por toda la pandilla, pero sobre todo, por las chicas, que las muy lobas se lo comían. Cuando fue la hora de irme a casa, al pasar por una zona oscura, me abrazó, y me dijo que entreabriera la boca. Yo me moría por que me besara, y me temblaba todo el cuerpo. Entonces, sucedió, me pegó un beso de película. Aún lo recuerdo, no por que fuera el mejor, sino porque eso marcó un antes y un después en mi vida, y también  porque como ya le había presentado, ya no me necesitaba, con lo que a partir de ese día,  se dedicó a ligar con todas y ahí me quedé yo compuesta y sin ligue. Vamos, que fue debut y despedida, je je je .



Hoy me despido, mañana más, que seáis muy felices

5 feb 2013

LOS DOMINGOS

Los domingos son días raros. Desde que era pequeña, los domingos han producido en mi una sensación de vértigo,  de vacío. Nunca los disfruto del todo, es como si fueran la antesala de algo horrible, como si fueran un tiempo de descuento, que nos dan para prepararnos para lo peor. Si estoy en una ciudad, los domingos me niego a salir. Las calles se llenan de gente diferente, rara, no es como los días de diario. Las mañanas aún las soporto, pero conforme va avanzando el día me lleno de inquietud, me entra ansiedad e incluso, algunas veces, tengo que tomarme una pastillita de esas que a ciertas edades te receta tu médico para aceptar que te vas haciendo mayor. ¡Que cosas! Luego,  llega el lunes y ya está. No pasa nada, y si pasa, se resuelve. 

¿A alguien le ocurre lo mismo, o soy una histérica? Yo creo que me viene todo de cuando iba al colegio, y como era muy mala estudiante, dejaba los deberes para el último momento, y al final ni los hacía. 

Los domingos cuando era pequeña, en casa de mi abuela, no los recuerdo especialmente malos. No se podía desayunar, porque había que guardar el ayuno para comulgar, pero después de misa, íbamos siempre a comprar pasteles a una pastelería de la calle serrano que se llamaba Garcés, que también tenía fiambres, vinos, y todo lo que hoy sería una tienda de delicatessen. Mi abuela tenía cuenta en esa tienda, y de vez en cuando llamaba para hacer un pedido que le subían a casa (antes eso era muy habitual, te lo subían todo, de la carnicería, de la pescadería, de la frutería), y una vez al mes, pagaba la cuenta. A mi eso me venía muy bien, porque si alguna vez pasaba por allí y me apetecía una chocolatina o caramelos, o una coca cola, entraba y les decía que lo apuntaran a la cuenta de mi abuela, que nunca se enteraba, o si se enteraba, nunca me dijo nada.



Para comer, casi siempre había alguien invitado, y a mi me gustaba estar en todas las salsas, pero sobre todo, lo que me gustaba era que no me obligaban a comer lo que no me apetecía como hacían en casa de mis padres. En el postre, si había alguien invitado, mi padre y mis tíos siempre le gastaban la misma broma: Cuando sacaban los pasteles, y el invitado iba a coger uno, todos a la vez y en voz baja pero que se oía, decían ....El peorrrrr. Y el invitado invariablemente retiraba la mano del pastel, y todos se reían mucho. A mi me parecía una broma de mal gusto, pero ya digo que es tradición familiar y que ahora, cuando alguna vez nos reunimos los hermanos (cada vez menos), solemos decirlo entre nosotros y por supuesto, nos reímos y nos sirve para recordar esos tiempos y a los que ya no están.

Por la tarde, me dejaban llamar a alguna amiguíta del colegio que viviera cerca, para que viniera a merendar conmigo y jugábamos a disfrazarnos con toda la ropa y sombreros antiguos que mi abuela guardaba en un armario, hasta que venían a recoger a mi amiga. Cuando se iba, era cuando yo me acordaba de que no había hecho los deberes, pero ya era  tarde y no había remedio. Otra semana con malas notas.

Cuando ya me volví a vivir con mis padres (mi madre, que no se llevaba bien con mi abuela, se empeñó en que volviera contra mi voluntad), los domingos eran bastante peores. Podías desayunar si querías, que nadie te decía nada, pero desde luego, lo de ir a misa, no te librabas. De pasteles para postre ni hablar, y la comida solía ser un desastre (los niños comíamos en la cocina), porque en casa de mi madre siempre se cocinó muy mal. Es más, parecía que si había algo que te gustaba, no te lo volvían a hacer. Yo de pequeña, odiaba la cebolla, y mi madre le ponía unos trozos enormes y resbaladizos de cebolla a todo. Recuerdo un día que hizo paella (un horror),  que llevaba cebolla (yo hago unas paellas estupendas, y no se me ocurriría poner cebolla), que ningún hermano quiso comerse, y que nos la dejaron fría para cenar y para desayunar, y que ya no me acuerdo como terminó esa tragedia.

Por la tarde, de traer amiguítas a casa, ni soñarlo. Eran tardes aburridísimas, viendo los programas infantiles de la tele (Rin Tin Tin), y aguantando a mis hermanos, que se peleaban y a mi madre, que nos gritaba por todo (la verdad, es que éramos un montón, y debía ser muy duro ser madre de tantas criaturas). Únicamente, y no siempre, a última hora de la tarde, mi padre nos metía a todos en el coche, y nos llevaba a un Viena Capellanes que estaba en Genova casi con Alonso Martinez (creo que sigue estando), o a Galatea en Principe de Vergara (antes General Mola), y nos compraba un perrito caliente a cada uno, y podíamos elegir si lo queríamos con mostaza, con ketchup  o con ambos. Algunas veces se cambiaba el perrito por una ensaimada en Mallorca, pero ya digo que esto era algo ocasional, y que lo normal era quedarse casa, o lo que era mil veces peor, que después de comer tus padres decidieran llevaros al campo a tomar el aire y a jugar. Eso si era terrible. Un mogollón de niños y dos padres metidos en un utilitario de la época, y la vuelta a casa con el consiguiente atasco en la carretera de la Coruña. De verdad para olvidar.



¿ Entendéis mi trauma de los domingos?

Cuando me hice más mayor, las cosas cambiaron, pero eso ya lo dejamos para otro día.

Hoy me despido. Mañana más. Que seáis muy felices.

1 feb 2013

LA CASA DE MIS VERANOS O LOS VERANOS DE MI INFANCIA (I)

Parece mentira lo rápido que se pasa una semana. Cuando te quieres dar cuenta, ya se ha pasado, y así meses y años. Cuando eres pequeño, la percepción del tiempo, es completamente distinta, todo se alarga, y parece que las cosas que esperas, como vacaciones, navidades, cumples, no llegan nunca. Esta reflexión tan chorras, viene a cuento de mi entrada de hoy: Las vacaciones de verano de mi infancia.

Desde que recuerdo, hasta que me independicé (para casarme, vaya independencia), he pasado todos los veranos en un pueblo de la sierra madrileña. Mi abuelo tenía una casa casa enorme, rodeada de un jardín precioso, con una pinada y toda clase de árboles, abetos, chopos, acacias, castaños de indias, matas de fresón, frambuesas, guindas y mucha yedra que subía por todas partes. De esto soy consciente ahora, de mayor, porque entonces, sólo era un jardín donde jugar al escondite, a las casitas, a las tiendas, o cuando fui  mayor, donde hacer guateques con mi pandilla.

La casa era preciosa, pero daba mucho miedo quedarte sola. Era un caserón de principios de 1900, con esa arquitectura tan típica victoriana que se puede ver por toda Europa. Desgraciadamente no conservo ninguna foto, y la casa fue demolida a mediados de los 70, para construir una urbanización de apartamentos.



La casa tenía 3 plantas. En la planta baja, estaba la cocina, con unos fogones enormes de carbón que se encendían por la mañana, y se dejaban en rescoldo hasta por la noche, una habitación lavadero, con unas pilas que parecían piscinas, un cuarto de baño completo con bañera de patas y unas duchas al lado, y un montón de habitaciones que siempre permanecían cerradas y oscuras, y en las que por nada del mundo yo hubiera entrado. Se comunicaba con la planta noble por unas escaleras de madera, que crujían como el suelo de toda la casa, y que desde luego yo tampoco hubiera bajado por la noche. En esa primera planta, estaban los dormitorios que ahora que los estoy contando, eran 7, un cuarto de baño para todos, que tenía bidet, pero no bañera, y el comedor unido por unas puertas grandísimas de cristales con el salón, donde entre otras cosas, había una enorme cabeza de ciervo disecada que había matado mi abuelo. El último piso, me encantaba, era precioso, aguardillado, con muchísima luz y ventanas redondas, perfecto para subir a leer tranquila. Tenía los muebles más antiguos de la casa, camas altas, mesitas de noche con su puertecita para el orinal de porcelana, y armarios que no tenían puertas sino cortinas. Este piso originariamente estaba destinado al servicio, y como dato curioso, tenía el mejor cuarto de baño de toda la casa.



La casa, carecía de todo confort, todo lo que hoy nos es absolutamente imprescindible: No tenía nevera, ni calefacción ni siquiera agua caliente, pero entonces nos arreglábamos. Se calentaban unas ollas con agua, y cada uno se lavaba como podía, y si eras valiente, y hacía mucho calor, te dabas una ducha helada. A los niños (la verdad es que no lo recuerdo muy bien), supongo que nos meterían a varios juntos en la bañera, y no todos los días desde luego. La verdad, es que todo esto eran cosas sin importancia entonces. En todos los chalets era igual, eran construcciones muy antiguas, donde se iba a pasar el verano, a disfrutar del jardín, hacer excursiones al monte, a jugar a las cartas y a cualquier cosa que se nos ocurriera, porque allí nos sentíamos libres. Podíamos desaparecer, que nadie nos echaba de menos siempre y cuando apareciéramos a las horas de las comidas.

Aquello era una locura. Nos juntábamos un montón de gente, mis abuelos, mi tío y mi tia con sus respectivos cónyuges, mis primos que eran un montón, nosotros que eramos otro montón, las tatas de cada familia, y algún que otro invitado que siempre caía alguien. Con todo este mezcladillo, no había ningún verano sin que en algún momento se liara alguna bronca entre mi madre y sus cuñadas, o con mi abuela, o entre las tatas y tenían que entrar a mediar las madres, porque amenazaban con despedirse y dejarlas colgadas con todo el trabajo, etc. No se si decir que era divertido o que era un horror, lo que si se, es que no nos aburríamos, y quien me lea y haya vivido esta época  sabe de que estoy hablando.

Aquello era un matriarcado. Los hombres se quedaban trabajando (lo que antes se llamaba "quedarse de Rodriguez), y aparecían los sábados para volver a irse los domingos por la noche. A mi me gustaba mucho que llegara mi padre, porque bajábamos al pueblo a comprar chucherías, sobre todo pipas, y traía Fantas, y se hacían comidas especiales, y se celebraban cosas. Mi padre era muy simpático, muy guapo, y para desesperación de mi madre, también era muy faldero (esto lo supe más tarde).

La casa tenía cuatro puertas de entrada (o de salida, según se mire), lo cual era bastante útil si uno quería irse o entrar sin que nadie le viera. También se podía entrar o salir por las ventanas de los dormitorios dando un salto, pero esto no servía para entrar. Aunque había muchos dormitorios solíamos dormir apiñados en unas pocas, y con las puertas bien cerradas con cerrojos, porque por la noche a todos nos daba miedo estar solos. Las maderas crujían y parecían pasos, y como no había tele,  una de las diversiones nocturnas (además de comer pipas), era contar historias de miedo, de fantasmas y aparecidos.

Eran muy habituales las tormentas de verano, con gran aparato eléctrico y unos truenos que retumbaban hasta los cimientos. En estos casos, siempre se iba la luz, y, mi abuela nos reunía a todos para rezar una cosa que se llamaba el "trisagio", que yo nunca he sabido que era, pero que al parecer debería de protegernos y hacer que la tormenta se alejara, y que decía algo así como "Santa Barbara bendita, en el cielo estás escrita, con papel y agua bendita", que se repetía como un mantra.. Era impresionante. La luz de los relámpagos se filtraba como si fuera de día por entre las rendijas de las contraventanas de madera, de vez en cuando caía algún rayo en algún sitio cercano con gran estruendo, y todos gritábamos. El teléfono, que era de esos de centralita, con una operadora (cotilla perdida que escuchaba todas las conversaciones), también dejaba de funcionar, con lo que nos quedábamos aislados, porque la casa estaba en mitad del enorme jardín y no nos hubieran oído desde ninguna otra casa de los alrededores. ¡Que bien olía todo a tierra mojada al día siguiente!



Cuando me fui haciendo mayor, las cosas fueron cambiando. Mi madre se dedicaba a fiscalizar a mi padre y sólo venían los fines de semana, dejándome a mi el resto del tiempo al cargo de mis hermanos pequeños, incluidas comidas, porque ya no había tatas. Recuerdo que teniendo yo 13 años, una noche de esas de tormenta, nos encontrábamos en la casa únicamente mi tía (queridísima tita, donde te encuentres, por favor sigue cuidando de mi)) y yo, como personas mayores, y una recua de hermanos y primos pequeños. De repente mi tía se puso enferma con unos dolores tremendos. Había que ponerle un calmante, y sólo estaba yo. Me llamó y me dijo: "Sobrina, ha llegado el momento de que te estrenes, y con mi volumen no hay miedo que te equivoques. Tienes espacio de sobra" Me enseñó a preparar la inyección y como debía ponérsela y allá que fui yo. Fué emocionante, y efectivamente, me ha servido de mucho a lo largo de mi vida.

Como esta entrada se está alargando mucho, y aún quedan recuerdos de verano para dar y tomar, os emplazo para otro momento.

Hoy me despido. Mañana mas. Que seáis muy felices.