¡Que importante es la amistad ! Tener amigos. No hablo de conocidos, o de gente con la que te relacionas más o menos por razones de trabajo, o convencionalismos sociales. No, hablo de verdaderos amigos, esos que en mayor o menor número (normalmente poquitos), sabes que están ahí; que si los llamas están, que si los necesitas están, que puede que no los veas muy a menudo, pero que cuando los ves, o sabes de ellos, sientes verdadera alegría, y que a ellos les sucede lo mismo. Por una parte, es un sentimiento egoísta de posesión: "Es mi amigo/a", pero de otra, hay una gran entrega, porque te costaría mucho negarle algo, y mucho menos engañar a un amigo. Con el tiempo, he aprendido a valorar cada vez más dos cosas: La familia y los verdaderos amigos.
Hace años, por razones sociales, estaba rodeada de gente que decía quererme, y que sin ser yo consciente, me hacían la pelota, o cuanto menos me ponían buena cara y se contaba conmigo para todo. De verdad que yo no me daba cuenta, era muy joven y creía que "to er mundo era güeno". ¡Menuda desbandada! De un día para otro, me quedé más sola que la una. Al principio, tampoco fui consciente de que nadie me llamaba, porque yo tenía la autoestima tan baja, que casi lo prefería y me escondía hasta de mi propia familia.
Afortunadamente, tenía mi trabajo; un trabajo muy absorbente, que me daba muchas satisfacciones, y en él me refugié. Por aquel tiempo y casi diría que chantajeada (pero sin el "casi"), vivía sola y me hartaba de llorar. No se como no me maté, porque hacía todos los trayectos en coche llorando, y cuando llegaba al parking de mi oficina, me limpiaba los mocos, y los recuperaba a la salida. Debía de ser muy buena actriz, porque nadie se enteró de nada en mi trabajo. Ayudó que mi cometido me obligaba a viajar todas las semanas, y aunque en las habitaciones de los hoteles también puedes llorar, cuando has hecho un montón de km., y has hablado con un montón de gente, o has dado un curso que te sabes de memoria a gente que le importa una mierda, estás tan cansada que te quedas frita. Llegaba al hotel (que ya me conocían porque siempre iba a los mismos), hacía el cheking, y nada más subir a la habitación pedía la cena. Tenía calculado el tiempo para ducharme, y al salir, abrir al camarero con la bandeja. Me metía en la cama a cenar (de ahí me viene la costumbre que mantengo hasta la actualidad), llamaba a mis hijas, y me quedaba dormida delante de cualquier programa insustancial de la tele.
Tuve que pedir ayuda profesional. Durante varios años fui al psicólogo una vez a la semana, simplemente a que me escuchara. Le estoy muy agradecida, porque me trataba como a una persona "normal" (se que suena raro, pero yo me sentía menos que una cucaracha), me ponía una caja de kleenex delante, y me dejaba hablar entre hipos durante 50 minutos. Salía con gafas de sol y hecha unos trapos, pero poco a poco fui recobrando el respeto por mi misma.
Fuera de mi trabajo, de mi psicólogo, y de una increible mujer sencilla y buena como no me he encontrado otra y que siempre estuvo a mi lado con su apoyo incondicional (omito su nombre y la relación que aún nos une por su anonimato y el mio), no podía hablar con nadie (entre otras cosas, porque me ponía llorar). Hubo montones de fines de semana, que únicamente hablaba con el camarero para pedirle que me pusiera un gin tonic. ¡Patético!
Casi todos los fines de semana, mis hijas venían conmigo. Les hacía las comidas que les gustaban, o salíamos a cenar y hablábamos de cosas sin importancia, porque yo no podía transmitirles mi verdadero estado de animo. Luego, me he enterado que también para ellos, esa época fue un infierno. El causante: El mismo, al que deseo que sufra la misma infelicidad que nos hizo sufrir a nosotros.
Pero como no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante, poco a poco fui saliendo del pozo. Me reencontré con mis antiguas amigas (las de verdad, a las que dediqué una de mis primeras entradas), seguía teniendo un trabajo estupendo, y conocí gente (algunos incluso, en la actualidad se han convertido en amigos), que me apreciaban por mi, no por ninguna posición social. Comencé a ser YO. No era mujer de, ni señora de, y era (es) estupendo. ¡SOY YO!
Por fin, un día, mis hijas volvieron a vivir conmigo. Había recobrado a mi familia, y sentí que también Mi Dignidad. Hoy se que puedo con todo, pero también pido al universo que no me envíe todo lo que puedo soportar. Ahora que le toque a otro.
Hoy me despido. Mañana más. Que seáis muy felices.
Hoy me despido. Mañana más. Que seáis muy felices.
Reafirmo: Ahora que le toque a otro..... tu ya tienes el cupo lleno ¡¡¡¡ Menuda temporadita has tenido. Un beso
ResponderEliminarPero a otro u otros que conocemos, que tu también has tenido lo tuyo.
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