He comido con mis amigas. Nos conocemos desde hace un montón de años, desde que nuestros hijos iban a la guardería y luego al colegio. Entonces, eramos todas muy jovencitas, ninguna trabajaba y después de dejar a los niños, nos íbamos a desayunar. Charlábamos un rato y luego cada una se iba a hacer sus cosas. Con el paso del tiempo, nuestras vidas han cambiado. Alguna, temporalmente, se fue a vivir fuera por razones de trabajo de su marido, otras nos divorciamos, los hijos se hicieron mayores, y nosotras también.
Son mujeres estupendas, buenísimas personas y mejores amigas. Lo digo de verdad, con el corazón. No nos vemos mucho, pero de vez en cuando quedamos para comer, y a mi me da una alegría enorme encontrarlas. Somos como niñas pequeñas, si hay alguna novedad, nos revolucionamos, gritamos, reímos, preguntamos sin miramientos, pero siempre, siempre nos alegramos de estar juntas, de seguir juntas después de tantos años, y sobre todo de seguir estando todas.
Hoy el centro de atención ha sido la última que se divorció hace poco (creo que 3 o 4 años, pero el tiempo pasa tan deprisa...), y que está iniciando una relación. ¡Que paciencia ha tenido con nosotras! Le hemos sometido a un tercer grado, y nos ha contestado a todo (a su estilo Zen, pero a todo). En realidad su pareja no nos interesaba nada (al menos a mi), pero lo que si nos interesaba y mucho, era saber que ella era feliz. La verdad es que estaba radiante, parecía una niña ilusionada y le brillaban los ojos. Felicidades amiga, disfruta este momento y que siempre sea tan bonito como lo vives ahora.
A raíz de mi separación, me distancié un poco de ellas. Bueno, de ellas y de todo el mundo. Me sentía fatal, como si ya no valiera nada (hasta ese punto tenía baja la autoestima). Los amigos que teníamos mi entonces marido y yo, nunca más me llamaron para salir a cenar. En realidad, ni para cenar ni para saber como me encontraba. Yo era una mujer sola y supongo que quizá las esposas me verían como un peligro potencial, y los maridos, compañeros de profesión de mi marido, no se atreverían. Mi familia vivía lejos, y tampoco pude apoyarme en ellos. A mis hijos que eran aún muy jóvenes, no quería ni podía transmitirles nada. Me sentía avergonzada (hay que tener en cuenta que esto sucedió hace casi 20 años, y que la sociedad ha cambiado mucho) y me refugié en mi trabajo. ¡Puf!!!! Estaba sola, pero sola de verdad. Los trayectos de mi casa a la oficina y viceversa, eran llorando a lagrima viva; no se como no me estampé contra una farola.
Poco a poco remonté y volví a sumarme a esas comidas con mis queridas amigas. A veces pasan 1 o 2 meses entre reunión y reunión, y yo procuro no faltar a ninguna, porque son muy importantes para mi. Ellas no lo saben, pero les debo mucho.
Soy una mujer con suerte, porque además de ellas (las mamás), tengo otras amigas especiales. No son muchas, de hecho, sólo son dos, pero otro día, quiero dedicarle una entrada particular a cada una, por estar ahí y porque se lo merecen.
Hoy me despido. Mañana más. Que seáis muy felices.
Simplemente precioso :)
ResponderEliminarLa suerte es para tus amigas que te tienen "incondicionalmente" a su lado¡¡¡¡¡ Yo tambien tengo mucha suerte por tenerte ahí, siempre. Un beso
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